Verbum Analecta Neolatina XXII, 2021/1

©2021 PPKE BTK



“Estamos abocados a crear nuestro itinerario vital, y en ese proceso de
creación también nos creamos a nosotros mismos, al igual que los
artistas crean obras de arte.”
Zygmunt Bauman



Viajar es una de las actividades que permite experimentar el fenómeno de la otredad. Fomenta el encuentro con el o lo otro y contribuye a evidenciar y, muchas veces a conservar, las distinciones entre lo propio y lo ajeno. El hecho de desplazarnos de un lugar familiar a otro desconocido nos permite (si no es que nos obliga a) reflexionar sobre a dónde vamos y de dónde venimos. Preguntas que a su vez nos llevan a cuestionarnos ¿dónde somos nosotros locales/extranjeros/nativos/extraños?; a preguntarnos ¿quién y dónde soy yo? De aquí que podemos afirmar que las narrativas de viaje, relatos que intentan representar una experiencia de viaje, son medios ideales para analizar diferentes discursos de otredad e identidad. Escribir sobre el hecho mismo de trasladarse de un lugar a otro, deja ver el desplazamiento que el viajero experimenta y hace visible la otredad. El relato del viaje expresa la experiencia de viaje, el comportamiento que el viajero/narrador adopta dependiendo del lugar en que se coloca. En otras palabras, las narrativas de viaje nos muestran las decisiones que toman los viajeros/narradores para hablar de sí mismos y de los otros dependiendo de dónde se colocan para hablar de su propia identidad.

El presente trabajo examina cómo funciona el discurso de otredad, entendiendo esto como formas de hablar sobre el “yo” y el “otro” en Viajes de la Amazonia a las Malvinas de Beatriz Sarlo. En este libro Sarlo habla como latinoamericana, como argentina, sobre América Latina. Habla desde la memoria “colectiva” según lo afirma en una entrevista (Beviglia) y articula autobiográficamente (habla de quién era ella entonces, antes del viaje, cuando era joven y quién es ahora después de múltiples viajes) uno de los debates más controvertidos: turista vs. viajero. Habla como local pero extraña, como extranjera pero local, como turista y viajera y va organizando la narrativa de viaje y de los lugares que recorre con base en su investigación histórico-social sobre los sitios visitados.

Como es bien sabido, Beatriz Sarlo es una ensayista y una de la críticas culturales más importantes de América Latina en la actualidad y esta narrativa de viajes la coloca también como una de las pioneras del turismo mochilero y una crítica del turismo. Viajes de la Amazonia a las Malvinas es una narrativa de viaje “típica”, en el sentido de ser híbrida, difícil de categorizarla bajo una sola etiqueta. Es simultáneamente una memoria de viajes, un ensayo sobre la escritura de viaje, una reflexión en torno al debate “turista vs. viajero” y al mismo tiempo una propuesta teórico-práctica de lo que es ser una viajera en el siglo XXI. Es una narración de viajes muy intelectualizada que dialoga con diferentes teóricos culturales, sociólogos y antropólogos, pero que no deja de ser un texto literario con una protagonista bien definida y una trama que, se puede decir, es el desplazamiento de juventud a madurez, de turista ingenua a viajera experta (libros, lecturas, experiencias).

Varias son las lecturas que admite esta narrativa de viajes. Se puede hacer una lectura feminista, ya que es una escritora narrando sus experiencias de viaje; se puede hacer una lectura marxista ya que narra el choque y contraste entre la burguesía universitaria y la pobreza rural latinoamericana; se puede hacer una lectura postcolonialista porque narra el casual encuentro con unos “indios” en una “selva tropical” (Sarlo 115) y, en gran medida, todas estas lecturas están entrelazadas. Sin embargo, una de las lecturas que abarca a todas éstas es la de la mirada turística (concepto teórico desarrollado por el sociólogo John Urry). A lo largo de todo el libro Sarlo reflexiona sobre porqué ha viajado, porqué ha viajado a donde ha viajado y afirma que, no obstante el carácter turístico que básicamente envuelve e involucra a todos los viajes, se puede ser viajero y no turista en el siglo XXI. Sin embargo, como veremos, su situación es ambivalente y, en ocasiones, contradictoria ya que en gran medida su relato de viajes pareciera confirmar lo opuesto: todo viajero es necesariamente turista, particularmente en el siglo XXI.

Por lo tanto, a fin de examinar cómo funciona el discurso de “otredad”, entendido como formas de hablar del “yo” y del “otro”, en Viajes… el presente trabajo centrará la atención en la manera en que Sarlo discute sobre su identidad, sus viajes y sus memorias y la forma en que esta discusión queda enmarcada dentro del debate turista vs. viajera.

1 La mirada del turista

Comienzo por explicar, brevemente, el concepto de tourist gaze porque eso ayuda a entender cómo dialoga Sarlo con ella misma, sus fotos, sus ideas sobre viajar y escribir y, en sí, sobre el debate turista vs. viajero.

Una de las publicaciones y concepto teórico más relevante en relación al turismo como fenómeno sociológico es el libro de John Urry The Tourist Gaze publicado por primera vez en 1990. Todavía en la última década del siglo pasado el turismo no era el fenómeno social, cultural y económico tan complejo que vemos hoy en día y, por esto, este estudio, que ayuda a cimentar una sociología del turismo, es fundamental. Inspirado en las ideas de Foucault sobre la llamada ‘mirada médica’ (concepto sobre el cual Foucault desarrolla una genealogía de las prácticas médicas), Urry sostiene que la mirada del turista también esta organizada y sistematizada. Representa ‘formas de ver’ aprendidas que están moldeadas social y tecnológicamente (Larsen). La mirada del turista se desprende entonces de diferentes discursos tales como el de la salud, el del placer y el juego, la herencia y la memoria, la educación y la nación; y no está organizada por una sola institución como es el caso de la ‘mirada médica’ de Foucault. La mirada turística o del turista ha estado organizada por diversos profesionales en diferentes momentos históricos, desde los poetas y pintores románticos, fotógrafos, escritores, hasta bloggers, guías, expertos en la “industria del patrimonio”, agencias de viajes, propietarios de hoteles, diseñadores, operadores turísticos, programas de viajes por televisión, Hollywood, arquitectos, planificadores, académicos etc. (Larsen). Urry escribe: "Gran parte de lo que se aprecia no es una realidad directamente experimentada sino representaciones, particularmente a través de la fotografía. Lo que las personas “contemplan” son representaciones ideales de la visión en cuestión que internalizan desde diversos medios “(Urry 86). En el caso de Sarlo a través de sus propias fotografías, apuntes de viaje y las lecturas con las cuales revisitó sus viajes de juventud para narrarlos. Las fotografías detonan la reflexión sobre el tipo de desplazamientos que hizo y, por ende, sobre el tipo de viajera que es. Su narrativa es por tanto la representación del ejercicio de comparación que hizo entre la Sarlo de”antes" y la de “ahora” y las decisiones que tomó para definirse como viajera, por esto Viajes… nos muestra la manera en que intenta reconciliar las demandas, aveces contradictorias e incompatibles, con las que intenta definir su identidad.

Beatriz Sarlo reflexiona y escribe sobre sus experiencias de viaje consciente de esta ‘mirada turística’1 y aunque se resiste a aceptar que ella también viajó, ha viajado y viaja por placer, para contemplar lugares fuera de lo común, en la propuesta que sostiene, lo que llama “salto de programa”, termina por admitir que viaja para observar y experimentar aquello que están fuera de lo ordinario:

el salto de programa es un descubrimiento de algo que no se ha buscado […] produce una discontinuidad entre lo que se buscaba y lo que de pronto se encuentra. No hay que interpretarlo como pérdida (el obstáculo que impide un plan) sino como un plus misterioso de un sentido que no se muestra directamente, ya que no estaba presupuesto en el sistema que diseñó el viaje. (Sarlo 25)

Sarlo propone que, en contraste con los turistas que sólo viajan para experimentar placer, los viajeros viajan para aprender y, por esta razón, el ‘salto de programa’ no puede sucederle a los turistas que viajan con todo programado a visitar lo que otros turistas visitan:

…el salto de programa tiene una dimensión que podría llamarse elitista: le sucede sólo a un tipo de viajeros: los muy arriesgados, los muy libres, los muy jóvenes, los que conocen mucho. No obligatoriamente los que tienen más dinero. El elitismo del salto de programa tiene que ver con los instrumentos culturales puestos a disposición de la experiencia. (28)

Esta es la premisa (el salto del programa) bajo la cual Sarlo argumenta e intenta justificar que sus desplazamientos no han sido turísticos, sino experiencias directas de aprendizaje cuya esencia radica en la incomodidad y los imprevistos que “muestran todo tipo de diferencias” (Sarlo 42). En concreto, sus viajes –según lo afirma ella– no han sido “una impávida sucesión de placeres y novedades” (42). Por lo tanto, para ella no son turísticos. Sin embargo, es importante tener en mente que ella está escribiendo y publicando esta idea en 2014, momento en el que los lugares que ella visitó de joven forman parte de los destinos del ineludible turismo global. Como ella misma lo expresa “evitar lo que ha sido montado por el turismo es un trabajo agotador” (27), sobre todo cuando, en gran medida, esos ‘viajes de aprendizaje’ han contribuido a crea “la mirada turística”.

Coincide con Urry et.al. en conceptualizar el turismo como algo escenificado, una construcción artificial de atracciones y lugares que se han hecho o comercializado para ser consumidos, mas no contemplados. Sin embargo, se resiste a ser turista argumentado que ella ha buscado no placeres superficiales sino conocimiento y reflexión, sucesos que muchas veces se salen de lo programado y que modifican el recorrido y la experiencia volviéndola “auténtica”.

2 Viajes

Como está escrito arriba, Sarlo se refiere a sus desplazamientos como ‘viajes de aprendizaje’ y especifica que –sobre todo aquellos hechos en su juventud, en la década los años sesenta– fueron ‘viajes ideológicos’ (32) porque los hizo con la creencia de que recorría la América Latina ‘auténtica’ en donde la (o las revoluciones) aún estaban por venir. Afirma que su ideología (y la de sus compañeros de viaje) era “optimista y, como personajes de novela filosófica del siglo xviii, nos deslizábamos interpretando todo con una especie de bonhomía radical” (103). Era la ideología del “latinoamericanismo bienpensante” (Zweifel 183). El hecho de que se caracterice a ella misma y a sus compañeros de viaje en la juventud como personajes de novela de la ilustración y romántica es notable por tres razones: 1) emparenta su libro con esa tradición de la literatura como vehículo de transmisión de ideas, 2 porque adopta una postura occidental, a pesar de ser latinoamericanista y 3) porque la define como exploradora de lo que ella misma denomina “la América mágica”, por lo tanto no como turista. De hecho, en una entrevista dice que viajó por un América Latina que no era destino turístico, si no un lugar de viajeros y afirma que “Son todos viajes anteriores a mi conversión en marxista-leninista a finales de los 70” (Beviglia).

En contraste, su viaje a Malvinas es un viaje de madurez, en donde la distancia entre la viajera y la narradora es imperceptible, a diferencia de sus viajes de juventud donde la narradora es otra de esa jovencita sobre la cual habla. Lo que tiene este viaje en común con los de su juventud es que Sarlo no esperó encontrarse con un mundo tan extranjero como el que encontró. En Malvinas el frío que experimenta perece ser no sólo físico, sino parte del rechazo hacia lo argentino que ella intuía existía en las islas y que confirma después de su visita y que, hasta cierto punto, es lo que le da un carácter propio a este lugar de la Patagonia, según ella. En todo caso, Sarlo sostiene que ninguno de los viajes que relata “son testimonios neutrales” (32) y que todos tiene en común tres elementos: “el sujeto que viaja; el espacio desconocido; las modificaciones de ese sujeto por haber atravesado ese espacio […] no son simplemente recuerdos, sino formas en que la experiencia me modificó en cada momento” (32). En su narrativa Sarlo examina las razones por las cuales viajó y discute su propia escritura de viajes (Pisarro) y muestra estar consciente de que una de las características de los relatos de viaje es que suelen distorsionar la verdad. Afirma: “Entre la libreta escrita casi en paralelo al suceso y el relato hay un mar de inexactitudes y de olvidos” (219–220) y asegura que sus propios diarios de viaje la volvieron desconfiada de sí misma (219). Esta es una estrategia retórica que permite asegurarle a sus lectores que el relato que va a contar, es, sí una reconstrucción de sus experiencias de viaje, pero que es una reconstrucción documentada, por lo tanto verificable. La situación de escritura alejada del momento de viaje le confiere a Sarlo autoridad para autentificar su experiencia: “…sucede que quien escribe el relato de viajes juzga a quien escribió la libreta como un «yo» que es otro, alguien que no sabía, que malinterpretaba, que se apuraba a juzgar” (220). Es por esto que la memoria juega un papel muy importante en esta narrativa de viajes y es un aspecto que nos permite analizar y comprender un poco más cómo articula su identidad y responde al debate turista vs. viajera.

3 Memoria, viajes a la “América mágica”

Es indudable que la memoria de una persona tiene un papel fundamental en la construcción de su identidad y que el pasado de una afecta en su presente. Lo que puede considerarse un poco menos obvio es la manera en que los puntos de vista, creencias y metas actuales contribuyen en la construcción y valoración de los recuerdos. Las reconstrucciones que las personas hacen de sí mismas tienden a crear una visión coherente y favorable de sí mismas y sus circunstancias actuales (Wilson 137). En el caso de Sarlo, como veremos, es evidente que la construcción que hace de sus “viajes de aprendizaje” le permite, por un lado, concebirse como una mujer coherente y consistente con su trayectoria intelectual e intenta convencer al lector de ser una viajera auténtica.

Como he mencionado antes, este libro narra dos momentos de viaje, uno de juventud y otro de madurez. A los viajes de su juventud Sarlo los describe como desplazamientos por “la América mágica” (Beviglia) adjetivo que resulta interesante e inquietante porque los lugares que recorrió fueron principalmente lugares rurales en Argentina, Bolivia y Perú difíciles de acceder y sin ningún tipo de infraestructura turística. El adjetivo usado por Sarlo para hablar de ese espacio que recorrió en su juventud alude a la idea de lugares desconocidos, misteriosos, lugares imaginarios, extraordinarios:

Dos meses al año, salíamos a caminar. No nos considerábamos turistas ni pensábamos que el espacio recorrido era lo que hoy se llama un “espacio turístico”. En esto teníamos razón, porque no lo era: inaccesible, naturalmente hostil por la topología, el agua contaminada, la altura, la humedad, las alimañas. Había sido el espacio de los aventureros (capitalistas, explotadores del caucho, buscadores del “oro de los incas”, tratantes de armas) y todavía era territorio de misioneros católicos y evangélicos. Esa Amazonia era anterior al turismo. (131–132)

Esta es una cita de varias en donde podemos encontrar la pregunta clave que parece evadir Sarlo y que al no responderla, o responderla de manera oblicua, deja en evidencia que nos encontramos frente a una narradora poco fiable. ¿Qué es lo que define a un turista y qué lo distingue de un viajero? no hay, aún hoy después de décadas y muchos estudios sobre turistas, turismo y escritura de viaje, una respuesta definitiva. Sin embargo, dos respuestas parecen ser universalmente aceptables: una es que el turista es una persona que viaja por placer (no por obligación), por un periodo corto de mínimo 24 horas en el lugar de visita para observar y experimentar diferentes escenarios, paisajes o puntos de referencia que no forman parte de su vida cotidiana, que no son familiares (la otredad). Otra dice que el turista es aquél que odia a los turistas (MacCannell 10) porque los percibe como un colectivo que se conforma con experiencias artificiales y superficiales, que viajan sólo para decir “he estado allí”. Turista es aquél que viaja para “escapar del aburrimiento, para evadir lo familiar, para descubrir algo asombroso y traer de vuelta a casa ideas nuevas” (Boorstin 78), entonces ¿qué es un viajero? Según Daniel Joseph Boorstin y lo que en esta cita sugiere Sarlo, un viajero es aquél que trabaja activamente en buscar personas, aventuras, experiencias fuera de lo ordinario. En otras palabras, la distinción parece ser que los turistas son superficiales y los viajeros auténticos, pero el denominador común entre ambos, o sea, viajar por placer para experimentar lo no conocido, lo extraordinario, lo “otro”, desestabiliza esta idea. Tanto turistas como viajeros (si es que se puede hacer esta distinción) desean ir más allá de los “simples turistas” y tener de algún modo una apreciación más profunda de la sociedad y la cultura que visitan, este anhelo es un componente básico de su motivación para viajar (MacCannell 10).

Sarlo misma al hablar de sus viajes expresa esta ambivalencia en relación con sus experiencias de viaje en su juventud:

Hacíamos algo completamente innecesario, gratuito y, por lo tanto, incomprensible, casi inconfesable porque no había una categoría de acciones donde inscribirlo. Al hombre de los burros ni siquiera le respondimos que éramos turistas. Decirlo habría contradicho la ideología de nuestro viaje. No éramos turistas. Pertenecíamos a una categoría imaginaria: jóvenes latinoamericanos. (78)

Como ella misma lo indica, viajaba para conocer, pero viajaba superficialmente sin saber a dónde iba, con la intención de llegar a lugares desconocidos que fueran auténticos. Lugares que no logró conocer hasta que revisitó las fotorgrafías e investigó el destino al que había llegado. En varios pasajes se refiera a ella y a sus compañeros de viaje como “caminantes ingenuos y autocentrados” (21), “pensábamos que ver era conocer” (99), o sea, como jóvenes ingenuos e ignorantes, pero en todo momento defendiendo su papel de viajera:

Nosotros no éramos turistas ni antropólogos. Hacíamos un viaje latinoamericano de aprendizaje, el grand-tour ideológico por territorios empobrecidos y explotados por quienes nosotros (y miles de jóvenes) denominábamos las oligarquías locales y el imperialismon […] La gente del lugar no nos consideraba turistas porque todavía no habían llegado los contingentes de trekking a los pueblos de América del Sur. Por lo tanto, éramos simplemente cuatro muchachos raros, demasiado blancos, con fisonomías no familiares. (104)

A pesar de que lo que muestra es a un grupo de jóvenes universitarios vacacionando por lugares de pobreza y marginación, Sarlo sostiene no eran turistas. No hay en el momento de viaje (y al parecer tampoco en el momento de escritura) una toma de conciencia real de que su presencia provocaba una alteración que modificaba a las personas y a los lugares adonde iban de vacaciones. Como lo atestiguan sus propias fotos, los convirtieron en souvenir y ‘sin querer’, por ignorancia e ingenuidad, convirtieron ese espacio en turístico. Sin saber, contribuyeron a crear la mirada turística.

4 Identidad, el viaje a las Malvinas

Sarlo afirma:

La identidad no es simplemente un dato establecido en leyes y tratados. Hace décadas que las ciencias sociales han valorizado la cultura, las costumbres, la lengua, la organización familiar, las religiones, las formas del trabajo y del ocio como hilos que tejen la trama de la identidad. (185)

El viaje a Malvinas, como también he dicho antes, es un viaje de madurez. Un viaje de viajera-lectora madura y experimentada y, como la cita arriba sugiere, Sarlo está consciente de qué ha influido en la conformación de su propia identidad. Notablemente resalta el ocio, dejando sobreentendido que se refiere a sus viajes. Sarlo explica que su viaje a las Malvinas fue inesperado y lo define como su último viaje importante:

Me trasladó no sólo a la pesadilla de la guerra de 1982, sino, mucho antes, a días muy lejanos. Fui a Malvinas casi por una improvisación impulsiva. Pero hice mi trabajo y escribí las notas. A la primera, que mandé el mismo día de la llegada, le puse un título cuyo significado yo conocí “la experiencia inconmensurable”. (176)

Viaja a Malvinas porque ella pide ser la corresponsal del periódico La Nación que cubra el referéndum sobre la soberanía de las islas en 2013, por lo tanto, resiste la etiqueta de “turista” bajo la justificación de que viaja por trabajo. Al final de este capítulo del viaje a Malvinas Sarlo copia esa nota de prensa que menciona la cita y es una pieza de información que confirma que Sarlo decide emprender este viaje para afirmar sus propias convicciones tanto políticas como personales y que, en ese viaje también viajó como turista “siento la misma sensación que cuando me desplazo como turista: levedad, distancia, curiosidad” (261). Sarlo corresponde a esos habitantes que gozan de libertad para desplazarse sin que nadie los cuestione o segregue. En la dicotomía turista/vagabundo de la que habla Bauman, Sarlo inevitablemente es una turista.2

Para Sarlo la ocupación argentina de las islas en 1982 fue un hecho que ella define como traumático porque desde ese momento, hasta la fecha, ha sostenido que los isleños tienen derecho de decidir su soberanía y que esa guerra fue sólo una estrategia de la dictadura para fomentar un nacionalismo argentino que sólo sirvió como propaganda a favor de la dictadura que sacrificó a muchos jóvenes soldados con la aprobación de la mayoría de la población, incluidos los exiliados por la dictadura.

“Nunca me sentí más lejos del país donde vivía que en esos meses donde todo había sido eclipsado por la ilusión de que, guiada por la dictadura, la Argentina vencía a Gran Bretaña. Esa fantasía colectiva fue mi pesadilla” (175). La guerra de las Malvinas la hizo sentirse extranjera en su propio lugar de origen y su visita a las islas la hizo experimentar su argentinidad en calidad de extranjera:

…soy un mal entendido también para los otros que me entienden, pero nunca sé hasta qué punto entienden la razón de mi llegada, de mi simpatía por su derecho a decidir. Yo misma no sé si defiendo ese derecho porque en la Argentina una dictadura me obligó a defenderlo. O sea, que, paradoja final, la dictadura me obligó a entender a estos isleños. Eso es lo que tenemos en común. (208)

El viaje a Malvinas le permite robustecer la consistencia de su propia identidad que, como lo concibe ella, no se ha modificado a través del tipo. Según su propia autorepresentación en esta narrativa Sarlo sigue comprometida con sus creencias de viajera cosmopolita, entendido este cosmopolitismo como curiosidad y conocimiento, sigue siendo un mujer de izquierda, ex militante del partido comunista devenida en progresista social demócrata, de crítica cultura que sabe, por experiencia, que no entender es fundamental para aprender (como lo muestra sus relatos de viajes). Sarlo afirma: “Somos hijos de los viajes de otros tanto como de los que hicimos” (35) y es justo el viaje a Malvinas, el lugar que por mucho tipo se negó a conocer, por el que se enfrentó al nacionalismo argentino, en donde se reconoce argentina. Malvinas es el sitio donde se reencuentra con su lugar de origen: la infancia, un espacio-momento que recupera a través de una conversación en un dialecto de lo que llama ella “Belgrano English y el Belgrano Spanish”. Su infancia, por lo tanto, como un lugar/espacio que ya no existe pero que contribuyó a formar a la viajera intelectual en la que se convirtió. Sarlo expresa no una pérdida de ese momento/espacio, al contrario, en sus viajes o, mejor dicho, en la escritura de estos viajes recupera la infancia como punto de partida y llegada. La escritura, por lo tanto, como un viaje que le permite redondear su identidad.

5 Turista vs. viajera

Hacia la última parte del libro Sarlo dice:

Los desplazamientos de un pueblo de cazadores son trabajo o subsistencia; los de un migrante provienen de una decisión condicionada o impuesta. Culturalmente, el hecho mismo de ser viajero y no un migrante o un nómade marca una diferencia insalvable. (222)

Esa diferencia a la que se refiere es una diferencia de privilegios tanto de raza como de clase que le permiten viajar. Al principio del libro, como de pasada, Sarlo afirma que su primer cosmopolitismo fue “desde abajo” y cita a Appiah sin elaborar mucho más en esto. Sin embargo, este detalle, esta etiqueta que ella asume –la de cosmopolita– nos permite entender cómo y dónde se coloca ella para hablar del “otro”. En su escritura de viaje Sarlo reconoce de dónde viene, su origen y punto de partida, pero sobre todo toma conciencia de su punto de llegada: una conciencia de su condición cosmopolita que, en palabras de Bauman, sabe que: "Todos vivimos ya en un planeta «cosmopolitizado», con fronteras porosas y altamente osmóticas, y caracterizado por una interdependencia universal" (2001: 62).

Sarlo indica que aprendió a ser viajera en la infancia conviviendo con una comunidad de migrantes en una parte rural de Córdoba, Argentina y expresa que fue allí donde encuentra el origen de su idea del “salto de programa” ese algo imprevisto que revela algo desconocido a ese ser que viaja. Sarlo se asume y representa como viajera porque es cosmopolita, una ciudadana del mundo comprometida en entenderlo. Viajar (leer y escribir) es entonces una práctica social que le ha permitido aprender a convivir no sólo con los otros, sino con ella misma. Esa joven turista que con la experiencia se transformó en viajera.

Sarlo parece decir que en un mundo en el que es imposible no ser turistas, tenemos la obligación, (sobre todo aquellos que se consideren cosmopolitas) de reflexionar sobre cómo, dónde y cuándo viajamos para entender nuestros puntos de partida u origen y nuestros puntos de llegada o destinos. Es en ese proceso de reflexión donde existe la única posibilidad de dejar de ser turistas y convertirnos en viajeros.

Podemos decir que a través del debate turistas vs. viajeros que sugiere este libro Sarlo articula tres problemáticas de la otredad:

La identidad como un proceso que no termina de construirse hasta que se reflexiona y elige desde dónde y cómo se habla de una misma. En su caso, como una viajera intelectual madura.

La memoria como parte de ese proceso de construcción de identidad, proceso que es selectivo y que en gran medida depende de mucho otros que influyen y contribuyen a informarnos quienes fuimos y en dónde, antes de decidir quienes somos ahora.

El viaje, o los viajes como una metáfora de la vida. En el caso de este libro es casi una sinécdoque de la vida de Sarlo. La vida como un constante desplazamiento donde las versiones anteriores a nuestro yo actual son un “otro” que nos permite afirmarnos como el yo actual desde del que formulamos nuestra identidad.

Sarlo critica la superficialidad de los turistas y propone con su marco teórico-práctico del salto del programa la posibilidad de transformase en viajeros. Pero, aun sin querer, este libro muestra que la experiencia de viaje de un turista quizá no es original, pero no deja de ser “auténtica” como experiencia en sí. Sarlo y sus compañeros de viaje tienen una experiencia auténtica en su juventud, pero no adecuada. Fueron de los primeros mochileros latinoamericanos viajando por Latinoamérica, turistas que convirtieron esos espacios marginales en espacio turístico. Al regresar a sus fotos y reescribir sus viajes entonces sí, Sarlo tiene una experiencia más adecuada a su intención de no ser turista sino viajera, pero este “salto de programa” no es en sí una experiencia “auténtica”.

Por último, se puede decir que Viajes… contribuye a entender el turismo y su relación con la otredad mostrando que viajar, entendido como un desplazamiento no por obligación, sigue siendo un privilegio y ser turista una herramienta de dominación que el viajero no siempre controla, porque antes que viajeros aquellos que se desplazan por placer están sujetos a ser tratados como turistas.

Obras citadas

Appia, Kwame Anthony (2006): Cosmopolitanism. Ethics in a World of Strangers. New York: W.W.Norton.

Bauman, Zymunt (2001): La globalización. Consecuencias humanas. México: FCE.

Bauman, Zymunt (2016): Extraños llamando a la puerta. Barcelona: Paidós.

Beviglia, Vanina (2014): Viajes de Beatriz Sarlo: una invitación al paseo por la memoria. Youtube, uploaded by Acceso Global, 19 septiembre 2014. https://www.youtube.com/watch?v=sA-LG5ruIo4

Boorstin, Daniel J. (1992): The Image. A guide to Pseudo-events in America. New York: Vintage.

Foucault, Michael (2013): The Birth of the Clinic. An Archeology of the Medical Perception. London: Taylor & Francis.

Larson, Jonas (2014): The Tourist Gaze 1.0, 2.0, and 3.0. In: The Wiley Blackwell Companion to Tourism. Sussex: Wiley.

MacCanell, Dean (1999): The Tourist. A New Theory of the Leisure Class. Berkeley: University California Press.

Pisarro, Marcelo (2015): “Contra los mochileros”: una mirada sobre el libro de viajes de Beatriz Sarlo y su retrato crítico de los viajes iniciáticos de los jóvenes argentino. La Agenda. 25 de febrero.

Sarlo, Beatriz (2014): Viajes. De la Amazonia a las Malvinas. Buenos Aires: Seix Barral.

Thompson, Carl (2016): The Routledege Companion to Travel Writing. London: Routledge.

Urry, John & Jonas Larson (2011): The Tourist Gaze 3.0. London: Sage.

Wilson, Ann E. & Michael Ross (2013): The identity function of autobiographical memory: Time is on our side. Memory 11/2: 137–149.

Zweifel, Teresa (2016): Reseña: Viajes. De La Amazonia a las Malvinas. Investigaciones Geográficas 91: 182–184.


  1. Incluso cita a Urry al hacer una disquisición sobre el turismo al que, siguiendo a este autor, define como: "El turismo es una forma del desplazamiento cuando se desliga de objetivos utilitarios en términos materiales" (31) o sea, los turistas viajan por placer no para ganar conocimientos o autoconocimiento.↩︎

  2. En “Turistas y vagabundos” Bauman explica que turistas somos todos los que nos movemos sin obstáculos por el mundo: Para el habitante del primer mundo –ese mundo cada vez más cosmopolita y extraterritorial de los empresarios, los administradores de cultura y los intelectuales globales–, se desmantelan las fronteras nacionales tal como sucedió para las mercancías, el capital y las finanzas mundiales. Para el habitante del segundo, los muros de controles migratorios, leyes de residencia, políticas de “calles limpias” y “aniquilación del delito” se vuelven cada vez más altos; los fosos que los separan de los lugares deseados y la redención soñada se vuelven más anchos y los puentes, al primer intento de cruzarlos, resultan ser levadizos. Los primeros viajan a voluntad, se divierten mucho (sobre todo, si viajan en primera clase o en aviones privados), se les seduce o soborna para que viajen, se les recibe con sonrisas y brazos abiertos. Los segundos lo hacen subrepticia y a veces ilegalmente; en ocasiones pagan más por la superpoblada tercera clase de un bote pestilente y derrengado que otros por los lujos dorados de la business class; se les recibe con el entrecejo fruncido, y si tienen mala suerte los detienen y deportan apenas llegan (Bauman 2001: 96).↩︎